viernes, 21 de agosto de 2009

EL TACO


Es curioso como pude sentir en algún momento que el único lugar del mundo en que estaba segura, era mi auto.


Muchas veces critiqué a aquellos hombres que juraban estar en el baño de su casa, y hurgaban su nariz sin la más mínima vergüenza, ignorando que estaban rodeados de ventanas y todos podíamos ver cuando, por fin, encontraban lo que buscaban y luego de amasarlo, lo lanzaban a la calle.


Pues bien, muchas veces yo hice lo mismo de otra manera. Así como ellos hurgaban sus narices, yo hurgaba mi alma. El resultado fue, durante mucho tiempo, sólo una búsqueda sin hallazgos que lanzar. Muchas veces manejé en estado de conciencia "túrsido", lo que era bastante fácil de hacer, en la medida en que mantenía rutinas viales.


La obligación de mantener una actitud de control permanente en la casa y en el trabajo, restringían mi espacio personal a este único lugar. Mi auto me acogía cuando quería cantar la música que yo quería escuchar, me permitía fumar sin tener que pensar en la presencia de otros a quienes podía molestarles, con tiempo suficiente para maquillarme con calma y retocarme una y otra vez, luego del llanto que no podía contener.


Por alguna tonta razón, me sentía más protegida de la mirada de los vecinos de camino, que esos buscadores de tesoros nazales, cuando en verdad lo que deben haber visto es una mujer de cuarenta, cantando con fuerza, llorando con pena, fumando con ansiedad, tapando ojeras con maquillaje y claramente más concentrada en sí que en el destino del viaje.



La crisis de los cuarenta la viví en el auto. Qué bueno que ya voy acercándome a los cuarenta y cinco.....