martes, 7 de febrero de 2012

UN PEQUEÑO CUENTO (¿O NO?)




Estábamos, como muchas veces, vitrineando en esas calles tan lejanas a la casa, cuando de pronto sentimos ráfagas de balas cruzadas que pasaban por sobre nuestras cabezas. Tomé a la Maca y corrí agachada hasta una cortina de metal a medio bajar y nos metimos rodando. Era un restorán que recordaba un pasado mejor, me senté en una mesa a consolar a la Maca que no dejaba de llorar a gritos.

Los comensales nos miraban tan asustados como nosotras por la balacera de afuera, pero cada vez más molestos por los gritos destemplados de mi hijita. Se me acercó el mozo y me ofrece comida o agua para la niña. Sucesivamente, van llegando mozos apurados a la mesa, trayendo desde cazuela hasta helado, pasando por bebidas colas, ensaladas y frutas. Ella seguía llorando sin parar, lo que no impidió que comiera todos los manjares que le pusieron al frente.

Luego de un rato, se levantó la cortina de metal y ruedan bajo ella varios hombres a los cuales reconocí como portadores de las armas de la calle. Nos miramos y ellos se apuraron a esconder sus pertrechos, no sin antes generar más miedo en la Maca que reforzó sus agudos gritos.

Veo conversaciones entre los hombres y los que parecían administradores del local, nos miran y noto su desesperación por el llanto de la guagua. Uno de ellos, con bastante buen talante como para ser delincuente (¿), me habla:
- Señora, puede salir con la niña por la puerta de atrás- indicándome con su mano un pasillo tras la barra del restorán.
- No puedo irme - le digo- porque mi auto está frente a la puerta del local. Viéndolo en perspectiva, fue una respuesta bien idiota. Bastaba con salir de ahí, tomar un taxi y volver a la paz de mi casa. Pero no, en momentos de adrenalina alta, no es precisamente lo racional lo que prima y este fue un buen ejemplo. Yo no salía de ahí sin mi auto.
- Dígame qué auto es y espere un momento – cuando tuvo la información, se alejó reintegrándose a la conversación de delincuentes y dueños de locales de mala muerte.

Un rato después, con la Maca dormida en mis brazos, cansada de tanto llorar (¡y comer¡), veo que vuelve el señor que me habló antes y me indica que me acerque a él:
- Ya señora, puede salir de por la puerta de atrás y llegar hasta la Unidad 2 del Hospital. En el estacionamiento encontrará su vehículo.

Salí con mi hija con nuestros corazones agitados. Llegué a una calle tranquila y pregunté a quien estaba más cerca, cuál era la Unidad 2 del Hospital. Llegué, luego de un par de cuadras, a una construcción más moderna de lo que esperaba para un hospital público y me dio mucha risa porque …… estaban de fiesta. ¡¡¡¡Cómo puede ser que hace media hora, a un par de cuadras de ahí, se balearon grupos de personas y éstos acá, celebrando¡¡¡¡¡.

Con mi risa nerviosa, pregunté por el estacionamiento y, para mi sorpresa, encontré mi auto intacto, sin un rasguño. Puse a mi pequeña en su silla de bebé, me subí y manejé rápido, sin mirar atrás jamás.